Comer fuera de casa
Leopoldo Barrionuevo [email protected] | Sábado 10 abril, 2010
Comer fuera de casa
Cada vez hay más restaurantes en el Valle Central: abren, cierran, bajan precios y son promovidos por las tarjetas de crédito, en algunos casos con días de la semana excluyentes. Los servicios express a domicilio dan ocupación a incontables motorizados y a múltiples pequeños inversionistas colombianos que huyen de la inseguridad y de venezolanos que huyen del chavismo.
Se improvisa la especialidad y diversidad de ticos que se asocian en negocios que no conocen, porque mi vieja cocinaba muy bien y nos daba de comer aprovechando sobras que de puchero o cocido se convertían en la noche en la famosa ropa vieja gallega, pero ni en sus mejores tiempos la hubiéramos puesto a cocinar profusamente para las escasas familias de los barrios de Buenos Aires unas pocas especialidades a domicilio.
Adoro la comida peruana y la considero una de las mejores y más variadas de Hispanoamérica, a la vez mis nietas me enseñaron a comer con palillos, aunque el arroz se me desliza en forma incesante, aprecio el aprendizaje que se brinda a los chicos y chicas en el arte del surimi, sushi, sashimi, tempura y sopas miso y dashi, al igual que la comida peruana y sus causas, chupes, cau caus, sudados, arroces, variedad de papas (solo en Perú) y sus suspiros no bien apreciado por mi diabetes.
Pero no es para todos los días, al igual que la comida chatarra, sin embargo hay más restaurantes japoneses y peruanos que parece convirtieran al Valle Central en el Centro de la Gastronomía Mundial, incluso con profusión de enólogos degustando vinos tan fuera de presupuesto que uno termina consumiendo los de cartón de litro. Pero no es para todos los días y los sánguches siguen siendo un tente en pie como la arepa, la empanada, el casado, el picadillo y el elote. Lástima grande de la desaparición de las tortillas a pura palma que aún elaboran nicas y chapines.
Cuando llegué a Costa Rica había un solo lugar de parrilla argentina y era El gaucho de Grace Carvajal, carnes y otros en La Cascada, comida internacional en el Hotel Europa y el Chalet Suizo; italiana en Ana y en El Alpino; francesa en La Bastilla; mexicana en cantinas; un lujo de bocas en el México Bar, costarricense en Chicote, Soda Tapia y las paellas de una institución como la Soda Palace las 24 horas del día, finalmente, La Esmeralda, sede de mariachis y serenatas. Ah! No olvidemos a los chinos que ya estaban al acecho.
Usted me dirá que es el turismo que ejerce el atractivo, lo cierto es que los servicios siguen creciendo en Tiquicia y a veces en demasía. Por consiguiente no es que haya crisis y abunden los comederos: es que hay demasiados y me pregunto si la vida moderna permite a los ticos almorzar en su casa como antes o ya se acabó la mamá que los nutría y la familia sigue atomizándose a niveles de desaparición.
Leopoldo Barrionuevo
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