Día de la Abolición del Ejército: El legado de paz que define a Costa Rica
Enrique Castillo Barrantes [email protected] | Domingo 01 diciembre, 2024
Enrique Castillo
Abogado y sociólogo.
Durante mi tiempo en misiones diplomáticas, tuve la oportunidad de vivir en países como los Estados Unidos, Francia -donde también estudié- y el Reino Unido. En esos lugares, era algo completamente normal convivir con la presencia diaria de militares, vehículos blindados y los majestuosos desfiles conmemorativos que reflejan el orgullo y la historia de cada una de esas naciones.
Estos tres países han construido sus identidades a través de siglos de militarización, marcados por numerosas guerras locales y conflictos extracontinentales, siempre guiados por la protección de sus intereses nacionales. Las fuerzas armadas son parte esencial de sus historias, un legado indivisible que los define hasta el día de hoy. No podrían concebirse sin ellas.
Al reflexionar sobre esto, y en el marco de nuestra celebración del Día de la Abolición del Ejército, me llena de un inmenso orgullo saber que en Costa Rica hemos seguido un camino diferente, un camino sublime que no tiene paralelo en el mundo. La decisión histórica de José Figueres Ferrer, al dar aquel inolvidable martillazo en el cuartel que hoy conocemos como el Museo Nacional, marcó no solo a nuestro país, sino a toda América Latina. Es un ejemplo que trasciende fronteras, un logro que sigue inspirando.
Este hito, sin embargo, no se quedó ahí. Años después, el expresidente Óscar Arias Sánchez reforzó y amplió nuestra vocación pacífica con una visión global que consolidó a Costa Rica como un faro de paz en el mundo. Su liderazgo en la firma del Plan de Paz de Esquipulas no solo puso fin a sangrientos conflictos en Centroamérica, sino que demostró que la diplomacia y el diálogo son herramientas poderosas para construir sociedades más justas y humanas.
A este invaluable legado se sumó otro momento trascendental: en 1983, el presidente Luis Alberto Monge proclamó la neutralidad perpetua de Costa Rica, un acto que reafirmó nuestra identidad pacífica ante el mundo. Con esta decisión, nuestro país se comprometió a ser un territorio donde las armas de guerra no encuentren cabida, y donde la diplomacia, la solidaridad y los valores universales de paz sean los pilares de nuestras relaciones internacionales. Este acto complementa la abolición del ejército, consolidando a Costa Rica como una nación ejemplo para el mundo.
La ausencia de un ejército en nuestro país no es solo la ausencia de armas; es la presencia de principios. Es la afirmación de que la convivencia pacífica es posible, que el respeto a la vida y los derechos humanos puede prevalecer, y que un país pequeño como Costa Rica puede alzar la voz en defensa de valores universales.
Cuando veo esos impresionantes desfiles militares en otras latitudes, no puedo evitar pensar que para mí son infinitamente más valiosas nuestras bandas estudiantiles. Las notas de la banda del Liceo de Costa Rica, del Colegio Superior de Señoritas y de tantas otras instituciones educativas llenan nuestras calles con alegría durante las celebraciones de la independencia. Niños y niñas felices, familias unidas, la música y las sonrisas: eso es lo que realmente define nuestra identidad.
Este logro es un lujo que pocas naciones pueden darse. Vivimos en un país donde nadie tiene que enfrentar la obligatoriedad del servicio militar, donde no cargamos con el peso económico ni emocional de mantener fuerzas armadas. Y lo más importante, hemos demostrado que podemos vivir en paz sin ellas. La historia está de nuestro lado.
Hoy, quiero rendir un homenaje especial al expresidente Figueres por haber tomado aquella decisión visionaria, y al expresidente Arias por haber demostrado al mundo que los principios de paz y diálogo son más fuertes que cualquier arma. Gracias a ellos, Costa Rica es el país de paz, democracia y esperanza que tenemos el privilegio de llamar hogar.
Nuestra vocación pacífica no es solo un legado: es una responsabilidad que debemos llevar con orgullo y renovar cada día, recordando siempre que la paz no es la ausencia de guerra, sino la presencia activa de justicia, solidaridad y amor por los demás.