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El verdadero problema de los océanos

Alberto Salom Echeverría [email protected] | Martes 15 junio, 2021

Alberto Salom

Hace exactamente una semana, el 8 de junio,” el mundo celebró” el día de los Océanos. Después de revisar datos sobre el tema, me pregunto: ¿Qué se celebra? No pasen por alto que he puesto entre comillas la frase “el mundo celebró…”. Lo hice conscientemente, lo mismo que no haber escrito sobre esta temática ese día 8 de junio. Siento que no tenemos derecho a celebrar mayor cosa sobre los mares; aunque no soy hipercrítico, la situación es apremiante, como veremos.

Estoy haciendo un esfuerzo por alertar acerca de lo urgente que es enfrentar el cambio climático y que los países adopten un desarrollo sostenible y sustentable con la vida y con el Planeta entero. Agrego ahora que trato de no caer en la desesperanza; sino insuflar ánimo cuando menos al pequeño círculo de personas con el que me relaciono, procurando crear una espiral de consciencia y coraje, seguro de que unidos podemos enfrentar la amenaza de la destrucción de la vida que se cierne sobre este hermoso “Planeta Azul”. Me he dispuesto, sin perder el realismo, inculcar optimismo en mis congéneres, seguro de dos cosas: 1-la pelea que enfrentamos es enorme, pero no está perdida; 2-mantengo la confianza en el ser humano, especialmente cuando toma consciencia de los problemas que lo afligen. Empero, insisto, en verdad que el ritmo al que avanzan los problemas creados por el impacto de la actividad humana sobre la tierra es alarmante.

El área oceánica y de los mares abarca el 70% del total de la superficie de la Tierra. Sin embargo, en este momento lo que se encuentra protegido con buena legislación y medidas efectivas es únicamente el 5% de su vasta extensión. Solo este dato es espeluznante. A continuación, voy a dar alguna otra información que me ha impresionado:

• El 55% de la superficie de los océanos es explotada de manera industrial

• El área que alcanza la pesca marina de mayor calado es cuatro veces más grande que la superficie agrícola del Planeta.

• Solamente cinco países acaparan el 85% de la pesca en alta mar del mundo en los océanos.

Los cinco países a los que hacemos referencia son: China, Japón, Taiwán, España y Corea del Sur. Es obvio que la actividad pesquera en alta mar se lleva a cabo lejos de la respectiva zona económica especial; por lo tanto, es un área que está fuera de cualquier control legal, de la vigilancia o protección de la flora y fauna marinas que se encuentran en el mar patrimonial (200 millas náuticas -370.4 Km- de la costa o de la línea base del mar territorial). En innumerable cantidad de casos, los países más afectados por ello son los países pequeños y subdesarrollados, cuyas lanchas patrulleras (cuando cuentan con ellas), con dificultad pueden acercarse a vigilar el mar territorial. Esto le ha ocurrido a Costa Rica frente a los colosos de los mares. En particular nuestro país fue impunemente devastado del atún aleta amarilla, que se pesca en aguas profundas. Taiwán que construyó el puente de “La Amistad”, se aprovechó de la circunstancia para saciar gran parte de su apetito comercial a expensas de Costa Rica.

Es decir, son las naciones más grandes y desarrolladas, las que poseen grandes flotas pesqueras, u otras que explotan el subsuelo marino a grandes profundidades, a las que no les conviene que se ejerza ningún tipo de control legal en alta mar. De nuevo nos encontramos aquí con que el común enemigo del control sobre los océanos son las grandes potencias económicas.

Estamos en capacidad de afirmar que, la actividad pesquera es una de las actividades económicas, que más afectan la salud de los mares, al golpear con su actividad los ecosistemas marinos.

Dice Celia Ojeda, una alta funcionaria de la organización protectora de los recursos marinos, Green Peace, que efectivamente, “En aguas internacionales hay un control menor. Hay zonas que están controladas por las Organizaciones Regionales de Ordenación Pesquera (RFMO, por sus siglas en inglés) pero solo en materia pesquera. No se controlan otros ámbitos, como las prospecciones marinas…por eso -agrega- necesitamos tratados de Naciones Unidas que protejan estas aguas de las actividades humanas.” (Ojeda, Celia. Greenpeace Internacional. Declaraciones a National Geografic. 2015. Cfr. nationalgeographic.com.es/naturaleza/principales-amenazas-que-acechan-a-océanos_15586)

No obstante, este mayor control en la actividad pesquera, comparativamente con otras actividades extractivas o prospectivas, la población pesquera ha venido disminuyendo exorbitantemente, desde 1950. Uno de los datos más reveladores en esta materia nos lo ha proporcionado la organización “Global Fishing Watch”, la cual transparentó en un estudio realizado en el 2019, que ese año fueron extraídos de los océanos un total de 92.4 millones de toneladas de pescados. Y agregó que dos tercios de esa cantidad fue obtenida solamente entre tres naciones: China, Indonesia y la India.

La contaminación del agua de los océanos y de los mares, es otro de los grandes males que hemos detectado que afectan la vida de millones de especies marinas, y que terminan por flagelar a los seres humanos finalmente. De esta manera, las aguas oceánicas se han convertido en un inmenso basurero a cielo abierto, producto de la irresponsabilidad humana. Cada segundo, por medio de los ríos, de la flota pesquera, derrames petroleros u otros, se vierten al océano en todas partes, así como incontables cantidades de plásticos, porciones enormes de Químicos y fertilizantes, insecticidas, metales pesados, petróleo, y materia orgánica. Esto hace que cada vez más millones de nutrientes produzcan microorganismos y algas de manera desproporcionada.

Es necesario tener presente que los océanos han sido por siglos, el gran sumidero de carbono que produce la Tierra, y por lo tanto de CO2. Sin embargo, en la medida en que los seres humanos hemos ido emitiendo cada vez más CO2, el agua marina ha comenzado a acidificarse, perdiendo salinidad. Estos fenómenos a su vez han provocado el calentamiento de las aguas superficiales de los océanos, generando por ello una mayor cantidad de tornados, ciclones, tormentas; todo ello a su vez, provoca grave afectación a las ciudades, a los poblados de los litorales, así como a la agricultura cercana a las costas y otras actividades económicas que se han visto severamente perjudicadas por las inundaciones. Aparte de las ciudades y poblados, han sufrido los manglares, adonde se crían alevines de especies marinas. También se han visto dañados los moluscos y crustáceos, que emplean el carbono cálcico para para crear sus estructuras y conchas.

Estas poblaciones tienden a desaparecer, con lo que se han afectado las así llamadas cadenas tróficas o pirámides ecológicas en virtud de las cuales cada especie proporciona energía a las precedentes y así sucesivamente. Todavía no se han calentado las aguas más profundas (más de 200 metros de profundidad), pero para que ello no ocurra, será necesario un cambio drástico en los patrones de producción, sustituyendo progresivamente los actuales, que se caracterizan por la producción de hidrocarburos, por energías limpias. También es perentorio, cambiar los hábitos de alimentación y consumo de los seres humanos, así como la forma como desechamos la basura.

Todos estos problemas que hemos venido reseñando, se agravan, con la ausencia de tratados adecuados; la obstinación de la mayor parte de las grandes potencias que se resisten a controlar la producción de hidrocarburos (Estados Unidos bajo el gobierno de Trump ha sido el ejemplo emblemático); la persistente influencia de las grandes multinacionales que producen los combustibles fósiles, cuyos gases (como dióxido de carbono, óxido nitroso y metano), generan CO2 calentando aún más la atmósfera; es lo que se ha llamado “gases de efecto invernadero” que deriva en el calentamiento global y el cambio climático.

Ciertamente, la organización de las Naciones Unidas impulsó entre otros Tratados, la Convención de los Derechos del Mar de 1982 que, aunque fue un hito en la extensión del derecho internacional a los grandes recursos hídricos del planeta, no ha logrado impedir la enorme contaminación que padecen los océanos, ni la sobrepesca que los explota.

Es por esa razón que hoy se ha vuelto crítica la lucha por la aprobación del Tratado Global de los Océanos, el cual tiene objetivos ambiciosos, pues se propone que para el año 2030, haya legislación para proteger el 30% de la superficie oceánica. Quizás a ello se deba que la aprobación de este Tratado tan importante se venga postergando desde que se comenzó a negociar en 2012, producto del pronunciamiento de la comunidad de científicos que estudian los océanos y de la lucha de diferentes organizaciones de sociedad civil.

Naciones Unidas ha vuelto a postergar la reanudación de las negociaciones hasta el 2022. Como han dicho los representantes de “Green Peace Internacional”: El acento se ha puesto en la protección de los ecosistemas marinos, ya no solamente en la supervisión de la gestión sostenible de los océanos. Ojalá, esta nueva postergación sirva para crear un consenso internacional, que de lugar a la aprobación del Tratado justo para lograr una verdadera protección de los océanos, en beneficio de toda la humanidad, las especies marinas y los ecosistemas.






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