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¿quitar o poner?

Leopoldo Barrionuevo [email protected] | Sábado 07 noviembre, 2009



ELOGIOS
¿quitar o poner?

A medida que pasan los años y comienzan a pasar factura, la gente quiere sobrevivir al maltrato físico y disimular lo que es inevitable; alguien dijo que hay tres cosas que no se pueden disimular: la vejez, la pobreza y la tos.
No es nuevo ni criticable querer ser jóvenes, la historia lo demuestra: la búsqueda de la eterna juventud siempre existió, al igual que las pinturas, el maquillaje, las pelucas y rellenos, nada hay de malo en ello, pero a medida que la vida se extiende, la medicina progresa y nos enfrentamos con una vejez nunca soñada y nos encontramos impensadamente en una sociedad diferente en la que los gerontes crecen en proporción constante.
Sin embargo, el mayor problema no se presenta en la cuarta edad (porque ya la tercera no alcanza) sino mucho antes; olvidados o ignorados, los viejos lo invaden todo y se nota su presencia, aquí y en todas partes, si bien Costa Rica es uno de los primeros países de Latinoamérica en expectativa de vida y posee el único Hospital Geriátrico que existe en la región hasta la fecha (todos cuentan con áreas y sectores pero no con un Hospital que es como la CCSS, un orgullo para los costarricenses), eso sin omitir la Ley que protege los derechos de los mayores de 65 años, los denominados Ciudadanos de Oro, a menudo ignorada por funcionarios que la desconocen primordialmente por ignorancia y estolidez (si escribo estupidez, más de uno se va a ofender al reconocerse).
Cada vez más personas jóvenes se agregan siliconas, se implantan rellenos y asentaderas, además de botox, y múltiples inventos que hacen pensar –como en la telenovela— que sin ciertas regiones del cuerpo no hay paraíso. A veces se dañan antes de la cuenta pero si resisten, alrededor de los 35 años comenzarán a pagar el precio adicional, es decir, no el de los cirujanos dedicados a esta productiva especialidad, sino justamente lo contrario de lo que deseaban: se asemejarán a las muñecas como Barbie y Mariquita Pérez, que se parecen entre sí y no pueden dejar de sonreír a riesgo de que se les rasgue el rostro sin poder expresar una mínima expresión emocional.
Leía en estos días que Martín Scorcese ya no contrata actrices de cine mayores de 35 años que se hubieran hecho cirugías porque son incapaces de dar a su rostro sensibilidad alguna y esta es la nueva tendencia con modelos y gente de cine: lograr que sus personajes reflejen su verdadera naturaleza. El teatro es más permisivo al ser una expresión corporal que puede atenuarse con efectos y luces pero el cine es primeros planos de gestos inevitablemente delatores.
Nadie puede detener el proceso de la vida y tampoco retrasarlo: los jóvenes cuentan con el milagro de la juventud y los maduros con el de la experiencia y la inteligencia en desarrollo. Lo que sí puede asegurarse es que cuando se lo proponen, los seres humanos pueden crecer en inteligencia y cultura, bondad y comprensión y ser mejores a través del tiempo, se vea como se vea su rostro o sus arrugas que no son otra cosa que surcos de experiencia y de aprendizaje de vida, o como diría un tanguero: son pliegues de un bandoneón.
El resto es apariencia, pero parecer no es ser. La juventud no puede eternizarse, pero no está en el rostro o en otras partes que resulten atractivas para los demás sino en sectores más sutiles, más valiosos que cada quien atesora o percibe. Como todo lo humano, la variedad es infinita y para todos los gustos y es selectiva, para cada individuo.
Convivir en pareja no tiene que ver sólo con juventud, belleza y atractivo físico: se deterioran más temprano que tarde porque no somos el retrato de Dorian Gray que pintara Oscar Wilde; en cambio convivir con una persona inteligente que crece con los años es un privilegio que resulta difícil alcanzar.

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