Sexo en la ciudad
Marcello Pignataro [email protected] | Lunes 01 junio, 2009
Sexo en la ciudad
Mis estudios en ingeniería industrial no me permiten litigar en una Corte. Veo poco probable que un abogado decida que su vocación es manejar una planta de producción. Un ingeniero de manufactura quizás no se dedique a administrar un vivero. Cada uno de nosotros tiene clara su vocación, ha realizado estudios que lo preparen para desempeñar ciertas labores y, en general, no nos metemos adonde no nos llaman, ni hacemos comentarios sobre temas que desconocemos. Al menos eso es lo que dicta la lógica.
Las guías sexuales aprobadas por la Conferencia Episcopal de Costa Rica (Cecor) representan un claro ejemplo de uno de esos casos en los que las opiniones expresadas no representan las de los expertos en el tema. Resulta curioso, y hasta folclórico, que personas que no tienen (o no deberían) tener la más remota idea de lo que significa verdaderamente el acto sexual se pongan a dictar cátedra sobre el tema.
La insistencia prehistórica de la Iglesia católica de no permitir el uso del condón o la pastilla anticonceptiva atenta contra la realidad actual, nacional y mundial. Las enfermedades de transmisión sexual (ETS) y los embarazos indeseados, en países como el nuestro, echan por la borda cualquier provecho que se le pudiera sacar a una indicación de ese tipo.
Tampoco se trata de promover la promiscuidad y el sexo desenfrenado. Se trata de orientar a los niños y jóvenes de este país acerca de qué es lo que ocurre durante el acto sexual entre dos personas. En ocasiones saber ponerse el condón o saber cuándo se debe iniciar la toma de pastillas anticonceptivas pueden representar la diferencia entre la alegría y la desgracia o, siendo un poco dramáticos, entre la vida y la muerte. Esta enseñanza puede resultar más importante para nuestros estudiantes que poder poner todos los nombres de los ríos en un mapa mudo, saber cuáles palabras agudas llevan tilde y cuáles son los diferentes reinos de la naturaleza.
Quienes no estén de acuerdo conmigo, que le expliquen su punto de vista a la niña o adolescente que vio truncados sus sueños porque su “novio” no sabía usar un condón o porque ella no sabía que, a partir de su primera regla, ya empezaba a ovular y era fértil. También le pueden explicar al joven que, por no protegerse adecuadamente, hoy debe someterse a un tratamiento para mitigar los efectos de la gonorrea o la sífilis.
La enseñanza del sexo debe recaer, principalmente, sobre nosotros los padres, quienes debemos fungir como orientadores de nuestros hijos, responder sus preguntas, evacuar sus dudas y aconsejarlos de la mejor manera. En casos en los que no exista un hogar, el Estado debe asumir esa enseñanza para el mismo fin: orientar.
Si es difícil para algunos curas pensar en la abstinencia y en el celibato, ahora imagínense cómo debe ser para aquellos jóvenes y adolescentes cuyas hormonas viajan más allá de la velocidad de la luz.
Espero que el Ministerio de Educación se plante firme y exija que las guías sexuales a utilizar este y todos los años sean aquellas escritas por quienes sí saben del tema: los sexólogos. De no ser así, quisiera dedicar mi tiempo a redactar leyes para este país.
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