Vejez y muerte
Leopoldo Barrionuevo [email protected] | Sábado 08 octubre, 2011
ELOGIOS
Vejez y muerte
En un país como el nuestro, en el que la duración de la vida se hace más y más extensa, la cantidad de años por vivir debería ser al menos idéntica a la calidad de esa misma vida. Y para conjugar un hecho irreversible, nadie quiere aceptarla en sí o alrededor suyo y para ello se recurre a toda clase de autoengaños como las cirugías y las frases güevonas en las que nadie cree, como: “Viejos son los trapos”, “Siempre se tienen 20 años en un rincón del corazón” o “La vejez es un estado de ánimo” y desde lo más hondo de mi porteño corazón, yo musito en voz baja, como para no ofender: “Andá cantale a Gardel”, que es lo que te dicen en Buenos Aires cuando alguien se atreve a mencionar algo escasamente creíble o decididamente falso.
Y es que de niños soñamos con la adolescencia y hacemos lo imposible para que los años pasen rápidamente, luego aspiramos a la mayoría de edad, a cumplir los 18 años y obtener la licencia de conducir, más tarde llegará la jubilación, una edad imprecisa que se confunde con la ciudadanía de oro, que pese a sus ventajas, da patente de viejo. Y alcanzar el umbral de la vejez es un síntoma inequívoco de que al doblar la esquina, acechando está la muerte. Porque el individuo siente que pierde con la vejez todos sus derechos, para entrar en una crisis de identidad, de carencia, de pobreza, en la medida que uno no se convierte en viejo sino que se está volviendo viejo. Es un proceso lento, mientras la muerte llega por lo general, de repente: uno se muere, sin embargo no se va muriendo de a poco.
La vida es un modelo de lo que será nuestra vejez, pero también es aceptar la idea de la muerte; sin embargo, es más fácil comprender la muerte que aprender a convivir con la idea de la vejez, porque envejecer es sinónimo de decadencia física, de ningún modo implica la mente, los sentimientos, el intelecto, la meditación, los sueños y el amor. A esto no solo hay que salvaguardarlo: es menester renovarlo, fortalecerlo, enriquecerlo y aceptarlo con alegría y dignidad.
Siempre se está aprendiendo y cuando fui designado Guest Professor en la University of Pittsburgh y observé la presencia de catedráticos que superaban los 80 años en sus clases, como el caso de Thomas L. Saaty, el genial creador de origen iraquí del PAJ, Proceso Analítico Jerárquico, pregunté a mis directores Baena y Mu acerca de la presencia en clases de una persona de tanta edad, me respondieron algo que nunca olvidaré: “Es el modo que se tiene en la Universidad para brindar homenaje adecuado al conocimiento, de modo tal que los alumnos puedan disfrutar del saber y en especial de los genios que lo crearon, hablándoles, tocándolos, sintiendo que existen…”.
En nuestros países los jubilamos cuando aún tienen mucho que ofrecer…
Leopoldo Barrionuevo
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